Desde mi posición privilegiada en el mundo empresarial, tengo la oportunidad, y diría la gracia, de entablar conversaciones con una amplia gama de gerentes, líderes y directivos de diversas provincias y sectores. Este diálogo constante me brinda un panorama implícito de los desafíos que encaramos en estos tiempos, particularmente aquellos de nosotros que llevamos sobre nuestros hombros la responsabilidad de guiar a otros.
En los últimos días, me he reencontrado con un eco de preocupaciones, un "run run" de inquietudes que resonó en mi memoria, llevándome de vuelta a fechas que todos recordamos con nitidez (19/3/2020). En cada encuentro, tanto telefónicos como presenciales, abordamos los desafíos presentes para liderar equipos. Nos encontramos sumergidos en una atmósfera de angustia colectiva y negativismo, un terreno fértil para que los contratiempos se propaguen con la rapidez de un incendio en sequía. No obstante, mi intención siempre ha sido proyectar una visión realista pero intrínsecamente optimista, una perspectiva que ascienda por encima de la adversidad —espero haberlo logrado—.
Me gustaría hacerles partícipes de una conversación en particular que mantuve con un Gerente General. Durante nuestro diálogo, profundamente humano y extenso, tocamos numerosos aspectos: desde la estructura organizacional hasta las necesidades de puestos clave. Sin embargo, quiero centrarme en una confesión que él me hizo, que resonó en mí: "Estoy enojado con una decisión que tomé", manifestó, "y eso está afectando mi disfrute del trabajo". Tras un instante de reflexión compartida, le transmití una lección que he aprendido en distintos contextos —a través de conferencias, cafés con colegas y encuentros informales— y que sentí pertinente recalcar.
Durante una de esas charlas, se destacó el rol del liderazgo en tiempos turbulentos. De esa discusión, extraje una máxima que se me ha grabado en el alma y ahora deseo transmitir: necesitamos redescubrir la alegría de liderar personas. Liderar es un fenómeno profundamente humano, que se da entre seres humanos. Es, al mismo tiempo, una oportunidad brindada por la vida para aprovechar nuestros dones innatos y una responsabilidad que implica propagar alegría como un faro en la oscuridad. Además, es una decisión consciente, una misión esencial del líder que debe alinear cada acción con el bienestar común, de las personas y de la organización.
En otro encuentro significativo, un director con años de experiencia en liderazgo me compartió una reflexión que dio pie a este título. En las organizaciones, estamos acostumbrados a medirlo todo, a obsesionarnos con los resultados y las métricas. En situaciones críticas, como las que enfrenta Argentina, cuando las cifras fallan y los indicadores flaquean, surge la pregunta: ¿dónde encontramos soporte? El negativismo se desencadena, provocando un efecto dominó en nuestro liderazgo. Fue entonces cuando le dije al gerente: "Comienza a disfrutar del proceso, un camino que no dudo será complejo y exigente, lleno de incertidumbres, frustraciones y preocupaciones. Pero si logras encontrar placer en el recorrido, te aseguro que emergerás más evolucionado y equipado para el porvenir". Y así debe ser, porque después de la tormenta, siempre viene la calma.
Les invito a compartir sus experiencias y pensamientos en los comentarios. Juntos, podemos redefinir el arte de liderar.
Un cálido saludo,
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